Invento de Yolanda Guanitay, una mujer que recorrió los Andes en busca de lluvia. Nació en el desierto, en Atacama, donde llueve dos veces al año y el agua solo nace de la tierra, brota en medio de la sal y la arena, es caliente y llena de gravedad. La primera lluvia que recuerda fue a sus seis años; a los veinticinco ya había vivido treinta y ocho lluvias, cada una un hito en su vida. A esa edad decidió huir a lugares con arribas nublados y aguas que vienen del cielo. Se enfermó de obsesión por esa agua, le dieron incontables gripas y su ropa comenzó a oler a hongos (ella también). No quería perderse de ninguna lluvia, le daba tristeza que pasara sin más, deseaba guardarla, se volvió ambiciosa: la adoraba. Llenó su casa de baldes y goteras, cuando la tormenta la encontraba ahí, en casa, ella lloraba, el sonar de las gotas la excitaba, luego se la bebía toda, con ella se bañaba y cocinaba. Sin embargo, nunca era suficiente, estaba sedienta. La quería cerca, junto a ella y cuando la tormenta la encontraba en la calle también lloraba, pero por impotencia de verla escapar. Un día la tormenta fue tan larga y caudalosa que se deshidrató del llanto. Entre el delirio de la fiebre se vio transformada en lluvia. Salió del hospital directo a un encierro de siete días, cortaba, pegaba, cosía, compró un maniquí, instaló unos arneses y sobre él se creó una piel. Era una capa que la iba a hacer llenarse de lluvia, la idea era ser una hoja de un árbol, una llanta abandonada, un caño o charco. Así fue. Esperó cinco días antes de usarla por primera vez. Esa noche fue la primera de muchas de lluvia en la que se vio pasar por Medellín una mujer azul que brillaba con la luna. Muchos pensaron que era un alma en pena, y sí, Yolanda no miraba nada, solo caminaba absorta por el éxtasis de ser una con la lluvia, de sentirse rodeada, acariciada y manoseada por ella. A Yolanda Guanitay, no solo se le vió en Medellín, también en Bogotá, Cali y Pereira; murió en esta última ciudad interceptada por un rayo con 65 años.

La obra se creó en el contexto de una residencia de investigación-creación en Platohedro, Medellín, en donde propuse hacer dispositivos para la lluvia. Allí realicé encuentros de creación, once personas participaron, cada quien dio una respuesta ante la consigna, la mia fue esta.